Por Laurence Boone, Economista Jefe y Secretaria General Adjunta de la OCDE.
El mundo va a pagar un alto precio por la guerra entablada por Rusia contra Ucrania. Ante nuestros ojos se agrava una crisis humanitaria que está dejando miles de muertos, obligando a millones de refugiados a huir de sus hogares y amenazando una recuperación económica que arrancaba tras dos años de pandemia. Rusia y Ucrania son grandes exportadores de materias primas, por lo que la guerra ha disparado los precios de la energía y los alimentos, haciendo la vida mucho más difícil para un gran número de personas en todo el mundo.
Hasta qué punto el crecimiento se frenará y la inflación aumentará dependerá de cómo evolucione la guerra, pero no cabe duda de que los más pobres serán los más castigados. El precio de esta guerra es alto y tendrá que ser compartido por todos.
Según nuestras previsiones, la economía mundial se va a debilitar considerablemente. Estimamos que el crecimiento mundial será del 3% en 2022 –frente al 4½% que proyectamos el pasado mes de diciembre– y del 2¾% en 2023. La previsión de inflación para 2022 ahora se sitúa prácticamente en el 9% en los países de la OCDE, duplicando la proyección anterior. La elevada inflación en todo el mundo está erosionando los ingresos reales disponibles de los hogares y su nivel de vida, con la consiguiente contracción del consumo. El clima de incertidumbre está desalentando la inversión de las empresas y amenaza con retraer la oferta en los próximos años. Asimismo, la política de “COVID cero” de China sigue ensombreciendo las perspectivas mundiales, frenando el crecimiento del país y perturbando las cadenas de suministro internacionales.

El sesgo del riesgo en nuestras proyecciones es de sobreestimación, por lo que el precio de la guerra podría ser aún mayor. El conflicto está trastocando la distribución de alimentos básicos y de energía, lo que aviva aún más la inflación en el mundo entero, amenazando sobre todo a los países de bajos ingresos. Las economías europeas están haciendo todo lo posible para prescindir del combustible ruso, pero ampliar rápidamente las fuentes de energía alternativas podría no resultar sencillo, de modo que no se pueden descartar subidas de precios o incluso escasez. En caso de escalada o prolongación del conflicto, las perspectivas serían aún más sombrías, especialmente para los países de bajos ingresos y Europa.
Para acabar cuanto antes con este devastador conflicto, resulta esencial limitar la capacidad de Rusia para financiarlo, que es precisamente lo que pretende el embargo de sus exportaciones de petróleo.
Entretanto, debemos minimizar las consecuencias humanitarias, económicas y sociales.
Lo más apremiante es evitar una crisis alimentaria. En la actualidad, el mundo produce suficientes cereales para alimentar a toda su población, pero los precios son muy elevados y cabe el riesgo de que los productos no lleguen a quienes más lo necesitan. La cooperación mundial es necesaria para hacer llegar los alimentos a precios asequibles a los consumidores, especialmente en las economías de bajos ingresos y en mercados emergentes. Esto podría precisar una mayor ayuda internacional, así como cooperación en materia de logística de transporte y distribución en los países necesitados. Los errores cometidos en la distribución mundial de vacunas están aún frescos en la mente de todos. No los repitamos.
Además, la inflación tiene fuertes efectos distributivos. Ayudará a reducir la deuda, incluida la pública, pero también está erosionando la renta real, el ahorro y el poder adquisitivo. Asimismo, podría afectar a los beneficios de las empresas y a su capacidad para invertir y crear empleo. La inflación es una carga que debe repartirse equitativamente entre los ciudadanos y las empresas, entre los beneficios y los salarios. Las administraciones públicas también han de contribuir mediante ayudas dirigidas a quienes son más vulnerables al aumento de la inflación de los alimentos y la energía.
Finalmente, las políticas monetarias y fiscales deben ajustarse a estas circunstancias extraordinarias.
En todo el mundo, los elevados niveles de inflación y empleo actuales sugieren que ha dejado de ser necesario que la política monetaria sea acomodaticia. Sin embargo, en muchas regiones la inflación está impulsada por los precios de los alimentos y la energía. La política monetaria no puede hacer frente a esas perturbaciones del lado de la oferta, pero puede enviar señales que indiquen que no permitirá que la inflación aumente o se propague en mayor medida. Por lo tanto, la retirada del sesgo acomodaticio de las políticas monetarias está justificada en todo el mundo, pero debe hacerse con especial prudencia en Europa, donde, entre las causas de la inflación, predominan factores del lado de la oferta. Por el contrario, allí donde la inflación esté impulsada por una demanda muy elevada, como en Estados Unidos, la política monetaria puede endurecerse más rápidamente para reducir ese exceso de demanda.
La gestión de la política fiscal es especialmente compleja. Debido a los actuales niveles de crecimiento, empleo e inflación, el apoyo a los ingresos del conjunto de la economía ya no está justificado y debería sustituirse por medidas más específicas. La guerra de Ucrania ha aumentado la necesidad de inversión pública en defensa y ha hecho más urgente la transición a una energía más ecológica. Esto se suma a otras necesidades de inversión en ámbitos como la sanidad, la digitalización, el envejecimiento y la educación, todo ello al tiempo que la deuda pública sigue siendo elevada. Para salir de esta encrucijada, los poderes públicos tendrán que esforzarse más en establecer prioridades. En Europa, la integración de la región y la alta exposición a la guerra exigen una mayor solidaridad en el gasto en defensa y energía.
La guerra ha puesto de manifiesto hasta qué punto la seguridad energética y la mitigación del cambio climático están conectadas. Los gobiernos deben considerar nuevas estrategias para acelerar la transición energética. La respuesta de emergencia ante una posible crisis energética ha desembocado en una carrera desesperada en busca de fuentes alternativas de combustibles fósiles y en un aumento del uso del carbón. Esto sólo puede tener carácter temporal, ya que es precisamente lo contrario de lo que el mundo necesita: un rápido avance en la inversión y el consumo de energías más limpias. Sin embargo, la energía limpia requiere insumos, minerales y productos intermedios que provienen de todo el planeta. En otras palabras, cuanto más limpia sea la energía, más amplias y diversas desde el punto de vista geográfico tendrán que ser las cadenas de valor. No habrá mitigación del cambio climático sin libre comercio y cadenas de valor resilientes a nivel mundial.
El mundo ya está pagando el precio de la agresión rusa. Las decisiones que tomen las autoridades y los ciudadanos jugarán un papel esencial en cómo se distribuya ese precio entre las personas y los países.
Editorial de las Perspectivas económicas de la OCDE, junio 2022