para Laurence Boone, Economista Jefe de la OCDE
En los dos últimos años, los resultados y perspectivas del crecimiento mundial se han deteriorado constantemente, en medio de la persistente incertidumbre política y de la debilidad del comercio y la inversión. Estimamos que el crecimiento del PIB mundial ha sido del 2,9% este año y proyectamos que se mantendrá cerca de 3% para 2020-21, por debajo de la tasa del 3,5% proyectada hace un año y la más débil desde la crisis financiera global. Las perspectivas a corto plazo de los países varían en función de la importancia del comercio para cada economía. Se espera que el crecimiento del PIB en Estados Unidos disminuya hasta el 2% en 2021, mientras que en Japón y en la zona del euro se espera que se sitúe en torno al 0,7% y al 1,2%, respectivamente. El crecimiento de China seguirá reduciéndose, hasta situarse en torno al 5,5% en 2021. Se espera que otras economías emergentes se recuperen sólo modestamente, en medio de desequilibrios en varios países. En general, las tasas de crecimiento están por debajo del potencial.
La combinación de las políticas monetaria y la fiscal está desequilibrada. Los bancos centrales han relajado su política de forma decisiva y oportuna, contrarrestando, en parte, los efectos negativos de las tensiones comerciales y ayudando a evitar un ulterior rápido deterioro de las perspectivas económicas. De este modo, también han allanado el camino a las reformas estructurales y a la inversión pública para aumentar el crecimiento potencial, como el gasto en infraestructura para apoyar la digitalización y el cambio climático. Sin embargo, hasta la fecha, salvo en unos pocos países, la política fiscal sólo ha sido marginalmente favorable, y no especialmente a la inversión, mientras que los precios de los activos han estado al alza.
La mayor preocupación, sin embargo, es que el deterioro de las perspectivas sea persistente, lo que refleja cambios estructurales que no se han resuelto, más que un shock cíclico. El cambio climático y la digitalización son cambios estructurales en curso para nuestras economías. Además, el comercio y la geopolítica se están alejando del orden multilateral de los años noventa. Sería un error de política considerarlos como factores temporales que pueden ser abordados con la política monetaria o fiscal; son estructurales. A falta de orientaciones políticas claras sobre estos cuatro temas, la incertidumbre seguirá siendo alta y perjudicial para las perspectivas de crecimiento.
La falta de dirección política para abordar las cuestiones relacionadas con el cambio climático frena la inversión. El número de fenómenos meteorológicos extremos va en aumento y la falta de acciones de política podría aumentar su frecuencia. Estos fenómenos meteorológicos pueden dar lugar a perturbaciones significativas de la actividad económica a corto plazo y a daños duraderos en el capital y la tierra, así como a flujos migratorios desordenados. Los planes de adaptación están en su infancia, mientras que las medidas de mitigación para alejarse de los combustibles fósiles, a través de medidas como los impuestos al carbono, ha demostrado ser un reto técnico y político. Los gobiernos deben actuar con rapidez: sin un sentido de dirección claro, sobre los precios del carbono, las normas y la regulación, y sin la inversión pública necesaria, las empresas están retrasando sus decisiones de inversión, con graves consecuencias para el crecimiento y el empleo.
La digitalización está transformando las finanzas, los modelos de negocio y las cadenas de valor, a través de tres canales principales: la inversión, las competencias y el comercio. Hasta ahora, sólo una pequeña parte de las empresas parecen haber aprovechado con éxito el gran potencial de productividad de las tecnologías digitales, lo que explia en parte por qué la digitalización no ha sido capaz de contrarrestar otros vientos en contra sobre la productividad agregada. Para aprovechar plenamente los beneficios de las tecnologías digitales se requieren inversiones complementarias en programas informáticos y bases de datos, I+D, conocimientos de gestión y formación, lo que sigue siendo un reto para demasiadas empresas. La digitalización también afecta a las personas y al trabajo, porque confiere una enorme ventaja a las personas cuyas tareas principales requieren habilidades cognitivas y creativas, y penaliza a aquellas cuyo trabajo tiene un gran elemento rutinario, al tiempo que genera nuevas formas de acuerdos contractuales que escapan a la protección social tradicional. Sin embargo, el entorno político para aprovechar las nuevas tecnologías relativo a la mejora de las cualificaciones, la protección social, el acceso a la infraestructura de comunicación, el desarrollo de plataformas digitales, la competencia en los mercados digitales y la regulación de los flujos de datos transfronterizos van a la zaga, lo que dificulta cosechar plenamente los beneficios de la digitalización.
La economía China está atravesando cambios estructurales, con un peso cada vez mayor del consumo y de los servicios y un menor énfasis en las exportaciones y las industrias manufacturas. La creciente autosuficiencia en insumos básicos para ciertos sectores manufactureros refleja el deseo de pasar de la importación de tecnología a la producción nacional. Un cambio en la utilización de la energía para hacer frente a la contaminación, y el aumento de los servicios también inducen cambios adicionales en la demanda china de importaciones. La contribución tradicional de China al crecimiento del comercio mundial está llamada a ralentizarse y a cambiar de naturaleza. Si bien India está creciendo rápidamente, su modelo de crecimiento es diferente y su contribución al crecimiento del comercio mundial no será suficiente para sustituir a China como motor mundial de la industria manufacturera tradicional.
El comercio y la inversión también están cambiando estructuralmente, con la digitalización y el aumento de los servicios, pero también con los riesgos geopolíticos. El aumento de las restricciones comerciales no es nada nuevo. Desde la crisis financiera mundial de 2008, las economías del G20 han aplicado unas 1.500 nuevas restricciones comerciales. En los últimos dos años se ha producido un aumento de las medidas de restricción del comercio y una erosión del sistema de comercio mundial basado en normas, que están arraigados. Junto con el aumento de los subsidios públicos en una serie de sectores, esto provoca perturbaciones en las cadenas de suministro y reasignaciones de actividades entre los países, lo que supone un obstáculo para la demanda actual al reducir los incentivos a la inversión y reduce el crecimiento a medio plazo.
En este contexto, existe margen y la necesidad urgente de adoptar medidas políticas mucho más audaces para reactivar el crecimiento. La reducción de la incertidumbre política, el replanteamiento de la política fiscal y la adopción de medidas enérgicas para hacer frente a los retos planteados por la digitalización y el cambio climático pueden invertir la actual tendencia y elevar el crecimiento y los niveles de vida.
En primer lugar, una dirección política clara para la transición hacia un crecimiento sostenible en medio de la digitalización y los retos climáticos desencadenaría una marcada aceleración de la inversión. Los gobiernos deberían centrarse no sólo en los beneficios a corto plazo del estímulo fiscal, sino principalmente en los beneficios a largo plazo y, con este fin, deberían revisar su marco de política de inversión. La creación de fondos de inversión nacionales centrados en la inversión en el futuro podría ayudar a los gobiernos a diseñar planes de inversión para abordar las deficiencias del mercado y tener en cuenta las externalidades positivas para la sociedad en su conjunto. Algunos gobiernos tienen experiencia con estos fondos, en forma de fondos específicos, pero su gobernanza podría mejorarse para garantizar un mayor rendimiento económico y social de las inversiones.
En segundo lugar, una mayor previsibilidad y transparencia de la política comercial podría contribuir en gran medida a reducir la incertidumbre y a reactivar el crecimiento. Por ejemplo, es necesario dar mayor transparencia a las numerosas formas de apoyo gubernamental que distorsionan los mercados internacionales y acordar normas mundiales sobre la transparencia, previsibilidad, reducción y prevención de dicho apoyo.
En tercer lugar, las políticas fiscales y monetarias pueden combinarse mejor e incluso tener une fecto poderoso con mayor coordinación. Hay margen para fortalecer los estabilizadores automáticos a fin de preservar los ingresos y el consumo de los hogares. Una coordinación activa en toda la zona del euro contribuiría a impulsar el crecimiento en la actualidad. Además, si las perspectivas se deterioran más de lo previsto, una acción fiscal y monetaria coordinada en todo el G20, incluso teniendo en cuenta el limitado espacio político de que disponen algunos bancos centrales, podría evitar eficazmente una recesión, entre otras cosas porque la coordinación reforzaría la confianza.
La actual estabilización a bajos niveles de crecimiento económico, inflación y tipos de interés no justifica la complacencia política. La situación sigue siendo intrínsecamente frágil, y los retos estructurales – digitalización, comercio, cambio climático, desigualdades persistentes – son enormes. Más bien, existe una oportunidad única para evitar un estancamiento de la economía mundial que perjudicaría a la mayoría de las personas: restablecer la certidumbre e invertir en beneficio de todos.
